Vivir como participante de la exposición fotográfica «Una Piel de Colores» en el Metro de la CDMX, mostrando mis despigmentaciones de vitiligo a miles de personas cada día, es una experiencia que oscila entre la vulnerabilidad y un poderoso sentido de presencia y conexión.
Al principio, la idea de exponer una parte tan íntima de mi ser a la mirada constante de desconocidos generó una mezcla de nerviosismo e incertidumbre. Era como si una capa invisible se desvaneciera, dejando al descubierto una característica que, para muchos con vitiligo, puede ser fuente de inseguridad o miradas curiosas.
Sin embargo, con el paso de los días, la experiencia ha tomado un aspecto diferente. Cada vez que transito por el espacio de la exposición y veo las fotografías, siento una oleada de emociones complejas. Reconozco en esas imágenes una parte de mi historia, una narrativa visual de mi propia piel que ahora se comparte abiertamente.
Observar las reacciones de la gente es fascinante. Veo miradas que se detienen, a veces con curiosidad, otras con sorpresa, e incluso algunas con una palpable empatía. He llegado a presenciar conversaciones discretas, quizás preguntas sobre qué es el vitiligo o comentarios sobre la belleza única de las manchas. En esos momentos, siento que la exposición está cumpliendo su propósito: abrir un diálogo, normalizar la diversidad de la piel y ofrecer una perspectiva diferente sobre lo que consideramos «estándar».
Mildret, Embajadora en CDMX